lunes, 1 de febrero de 2010
EL MAR DEL TIEMPO PERDIDO
En un pueblo situado al lado del mar vivía Tobías. Por las noches no dormía a causa de los cangrejos. En una noche de insomnio, la brisa del mar comenzó a oler a rosas, algo muy extraño ya que el mar olía a putrefacción. Al día siguiente hablo con Clotilde, pero ella no se percató de nada. Petra, la esposa de Jacob, se dio cuenta del cambio del aire y sospechó que se iba a morir. Le pidió a su marido que la enterrase viva para asegurarse que no la echarían al mar. Jacob pidió consejo a don Máximo Gómez, quien enterraría viva a su mujer sin pensárselo. Para convencer a su mujer de que no se iba a morir, buscó a alguien que hubiera sentido ese mismo olor. Y ese era Tobías. Posteriormente fue a charlar con su esposa, pero no logró convencerla. Desde entonces, Tobías empezó a vigilar el mar esperando a que algún día llegase de nuevo el olor.
Y así lo hizo… Entonces, Tobías despertó a todo el pueblo, y aquella noche muchos se quedaron a dormir en la playa recordando.
Catarino estaba reparando la ortofónica porque esperaba visita, pero no lo consiguió, así que se lo pidió a Pancho Aparecido. La música que se oía hizo pensar en los recuerdos durante un rato. Cuando acabó la música, el olor volvió a aparecer… Cuando Jacob se fue a acostar recordó a Petra, mientras el pueblo seguía recibiendo visitantes. Uno de ellos fue un cura que iba prohibiendo todas las nuevas actividades. También llegó un hombre muy rico que se dedicaba a solucionar los problemas de la gente. Se llamaba Herbert. Poco a poco iba solucionando los problemas a cambio de lo que supieran hacer. Muchos quedaban endeudados como Jacob, que perdió a numerosas partidas de damas contra Herbert. Después de solucionar o agravar los problemas de la gente, celebró una fiesta que duró toda la semana. Después de enseñar un cuadro que representaba el futuro del pueblo, durmió durante días y días. Los visitantes se fueron y el cura, paciente, esperó a que se despertara. El tiempo pasó y el cura se fue, poco después Herbert despertó con un hambre atroz. La única comida que había eran los cangrejos, pero Herbert y Tobías bucearon hasta lo más profundo del mar llegando a ver numerosos mundos para encontrar a las apreciadas tortugas que allí se encontraban. Cosa que nadie sabía. El olor no volvía, por lo que Herbert se terminó marchando. Y sólo quedo Tobías con el secreto del mundo fantástico que Clotilde no creyó.
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